Nuestro voto integral por el PRI y Peña Nieto

¿Por qué vas a votar en las elecciones este uno de julio? El «qué» en la pregunta es intencionalmente capcioso, pues no me refiero a qué nombre vas a tachar en la boleta, más bien, quiero preguntarte, ¿vas a votar por un candidato, por el partido que lo postula, o por el proyecto que enarbola? ¿Se puede hablar de voto útil o razonado sin tomar en cuenta estos tres elementos?

La interrogante así formulada es relevante porque las tres cosas son conceptual y prácticamente bien diferenciables. Por ejemplo, un proyecto que resulte atractivo sobre el papel, pero que no cuente con un liderazgo firme que lo impulse, o con los números de un partido cohesionado que sepa cerrar filas y lo haga posible en la realidad, queda en un buen deseo. Un partido disciplinado pero con un liderazgo débil y sin proyecto de qué hacer una vez en el poder se queda en eso, una estructura partidista fuerte sin capitán ni rumbo. ¿Y qué es de un líder competente, pero sin el respaldo de una estructura institucional sólida y una visión de país a largo plazo?

Es por ello que sorprende leer a diversos analistas y académicos anunciando y explicándonos los motivos de su «voto razonado» o «voto útil» (que muchas veces es más bien un «voto racionalizado»), pero al mismo tiempo concentrándose en sólo una de estas tres dimensiones mencionadas, o bien mezclándolas, dando por hecho que se trata de conceptos intercambiables.

Y así, por ejemplo, hay personas que de buena fe comentan que votarán por AMLO en virtud de que, suponen, es una persona honesta y exenta del «dilema de las manos sucias» de Walzer. Pero estos comentaristas evitan mencionar la inviabilidad técnica de sus propuestas, basadas en corazonadas y cuentas alegres, y también dejan de lado el tema clave de cómo va a gobernar y llevar sus intenciones a la práctica, cuando los partidos que lo apoyan están internamente balcanizados, no tiene posibilidades de lograr una mayoría legislativa, estará ante un Congreso que, todo indica, será dominado por fuerzas políticas a las que no les reconoce legitimidad, con las que constantemente ha incendiado en lugar de construido puentes de diálogo y acuerdo. Visto a través de este cristal, no sorprende que AMLO quiera rebasar a las instituciones, y se sienta más cómodo con votaciones en las plazas, a mano alzada. Pero lo cierto es que ni México es la Asamblea Legislativa del DF, ni cosas como el presupuesto federal o los derechos de las minorías se deciden llenando el Zócalo capitalino.

En contraste, quienes hablan de un voto razonado por Vázquez Mota se encuentran en el otro extremo: su mejor argumento es quizá que el PAN es institucionalmente un partido disciplinado, moderno, con prácticas democráticas a su interior. Pero en sus pasivos cargan con una candidata de liderazgo débil, que no pudo poner de acuerdo a las diferentes corrientes al interior de su propio partido, y sin mapa claro ni estrategia: «Josefina diferente», es lo más que supimos de ella como candidata. Sintomático de este desencanto es que buena parte de quienes declaran abiertamente que votarán por ella lo hacen más bien a regañadientes, y sin creen que vaya realmente a ganar, como Guillermo Sheridan.

Es en el contexto de estas reflexiones que, al meditar el voto por Enrique Peña Nieto, invito a pensar en un «voto integral», uno que sea a la vez útil y razonado, es decir, uno que tome en cuenta los tres elementos: el liderazgo del candidato, la solidez de la estructura partidista, y la viabilidad técnica del proyecto que ofrece.

En cuando al proyecto, hay que decir en primer lugar que Peña Nieto no sólo es priísta, es la cabeza del ala modernizadora del PRI (partido que tiene, hay que decirlo, también sus sectores tradicionalistas). Personalmente, nunca me ha gustado esa etiqueta de «el nuevo PRI», porque el PRI siempre ha sido un partido en constante renovación y adaptación a los tiempos, y esta ha sido una de sus grandes virtudes. Más que eso entonces, yo veo en el proyecto de Peña Nieto un liberalismo modernizador y pragmático, que, por ejemplo, está comprometido a mantener la soberanía sobre los recursos naturales mediante el control mayoritario de PEMEX, pero que a la vez está dispuesto a permitir la muy necesaria inversión privada para desarrollar el potencial energético de México, con miras a generar empleos y financiar infraestructura y programas sociales. Me resultan además atractivas las propuestas concretas del candidato, como las jornadas de ocho horas para los niveles de educación básica, el mando unificado de policía, y la reducción de las diputaciones plurinominales. Más aún, me convence que Peña Nieto tiene un plan para financiar sus proyectos sin incurrir en esquemas deficitarios, como la propuesta de seguridad social universal, que estaría fondeado gracias a un nuevo régimen fiscal progresivo.

Pero los mejores planes, decíamos, no se cumplen si no se tiene el respaldo institucional y los números necesarios para impulsarlo. De ahí la importancia del PRI, un partido con el peso y la disciplina necesarios para brindarle al presidente, desde el Congreso y desde los estados, el respaldo que requeriría para convertir sus propuestas en realidades. No se trata, por cierto, simplemente de avasallar a los adversarios con la fuerza de los curules; se trata también de estar dispuesto a sentarse con la oposición y convencerla, y en esto el partido tiene un historial exitoso. El PRI ha privilegiado el pragmatismo antes que los fantasmas ideológicos, y en medio de los desacuerdos, en los últimos dos sexenios ha sido una oposición leal y aliado institucional tanto del PAN como del PRD cuando así lo ha exigido el interés nacional. El PRI tiene una buena interlocución con el resto de las fuerzas políticas, y ha sido en buena medida el factor de unidad y consenso en medio de las agrestes disputas entre la derecha y las izquierdas. En este sentido, el doble componente de una mayoría priísta en el Congreso, que además tenga el oficio y la disposición de conciliar con la oposición, es parte de la integralidad del voto, el instrumento que le permita al Presidente estar simultáneamente respaldado por su partido, y balanceado por la oposición.

Finalmente, el liderazgo personal no es sólo un asunto de protocolo o vanidad. Un mandatario requiere, además de ser legalmente reconocido como gobernante, contar con el apoyo y la confianza de los gobernados a fin de llevar su proyecto a buen puerto, lo cual muchas veces implica tomar decisiones audaces, e incluso difíciles, que implican pagar costos políticos y desgastarse. En este sentido, Peña Nieto posee un ascendiente indiscutible tanto en el PRI como entre la población en general: en el primer caso, al interior de su partido ha logrado sumar y tender puentes con los sectores que no son necesariamente peñanietistas de origen, pero que constituyen perfiles competentes y experimentados. También ha tenido el tino y la cabeza fría para distanciarse de las figuras dentro del partido que por diversas circunstancias representaran obstáculos para su proyecto. Y si esto lo hizo como candidato y en campaña (cuando hay tantas presiones e intereses en juego), hay buenas razones para suponer que tendrá mayores elementos para consolidar su línea modernizadora como presidente, con la autoridad y facultades que da el cargo. Simultáneamente, Peña Nieto ha creado en torno suyo un equipo de colaboradores técnica y políticamente competentes, con credenciales académicas impecables, experiencia de gobierno y buena interlocución con sus pares de otros partidos y de la sociedad civil, entre quienes se puede contar a Luis Videgaray, y esa joven promesa que es Aurelio Nuño, por ejemplo. El entorno de Peña Nieto, en otras palabras, está constituido por varios de los cuadros políticos y técnicos mas preparados de este país.

Por otro lado, de confirmarse las tendencias este uno de julio, Peña Nieto se convertiría en uno de los mandatarios más legítimados y con mayor capital político en mucho tiempo. ¿Por qué? Porque llega desde la oposición, con la autoridad política que da una mayoría indiscutible de millones de mexicanos que le otorgan su confianza, venciendo contundentemente a los proyectos de las izquierdas y la derecha; pero al mismo tiempo, llega sin haber agraviado a ninguna de estas fuerzas políticas, sin tener rencillas personales, es decir, con posibilidades reales de conciliar, una vez que las campañas pasen, se acaben los spots, e inicie la hora de gobernar y ver por el bien del país.

En medio de estas reflexiones, inevitablemente surge el tema de lo que algunos han llamado «el peligro de la restauración de el PRI como partido hegemónico». La predicción resulta exagerada y sin sustento en la realidad. Es además pretenciosa, pues le da la espalda a los avances que México ha vivido en últimos años, y termina por desconfiar de la propia ciudadanía. Porque lo cierto es que, pase lo que pase este uno de julio, diversos partidos van a estar representados en el Congreso de la Unión y en los legislativos locales, igual que en los gobiernos municipales y estatales. Con independencia del resultado, las bases estructurales de una prensa libre y una ciudadanía vigorosa y crítica son, afortunadamente, irreversibles. Sin importar quién gane o por cuánto, el acceso a las nuevas tecnologías y las posibilidades de escrutinio que estas abren no van más que a incrementarse. Más aún, México no es una burbuja aislada del resto del mundo. Hoy en día los gobernantes tienen más en cuenta que nunca a la opinión internacional, no sólo de otros gobiernos, sino de los medios, de potenciales inversores, de organizaciones no gubernamentales e incontables actores que harían difícil y contraproducente para las propias autoridades violentar los avances institucionales que hemos conseguido hasta ahora.

En este contexto de democracia, donde hay pesos y contrapesos dentro y fuera del sistema, no hay ninguna buena razón para no dotar al Presidente de la mayoría necesaria en las Cámaras a fin de superar la parálisis legislativa que impide cimentar proyectos a largo plazo, y que le permitan traducir sus compromisos en realidades.

Por ello, el voto por Peña Nieto es un voto integral, razonado y útil a la vez; producto de simpatías personales, sin duda, pero también y sobre todo de objetividad política y pragmatismo, de viabilidad de proyecto, solidez institucional, competencia técnica y fortaleza del liderazgo. Y por todo ello, este domingo millones de mexicanos no sólo vamos a votar por Peña Nieto, también vamos a votar por las y los candidatos del Partido Revolucionario Institucional. Vamos a votar por un candidato con proyecto (por eso el voto es razonado), y vamos a votar también para que el partido tenga la fuerza necesaria para respaldar al Presidente (por eso el voto es útil). El voto por Peña Nieto y por el PRI es pues un voto integral.