Comentarios a Pablo Hernández en torno al Pacto

La semana pasada mi colega Pablo Hernández discutió en diversos medios los motivos de su oposición al Pacto por México. A raíz de ello, decidió primero renunciar a su partido (el PRD), y luego permanecer como “militante en protesta”. Prometí compartirle mis impresiones a los argumentos que ha ofrecido a este respecto, y es por este medio que se los hago llegar (este artículo también fue publicado en el portal Los Candidatos).

Tovarich,

Antes que todo quiero felicitarte nuevamente por ser una voz crítica e inteligente dentro de ese conjunto al que en este país llamamos ⎯un poco por falta de una mejor palabra, y otro tanto por puro sentido de la resignación⎯ “las izquierdas”. Disfruté leyendo (ADN Político) y viendo (Sin Filtro) tus más recientes intervenciones en el debate sobre el Pacto por México, y en particular tu protesta pública contra la adhesión de tu partido, el PRD, a este mecanismo de consenso y acción democráticos. Te dejo, como lo prometí, mis impresiones al respecto.

Fresca como es tu perspectiva, el análisis que ofreces del Pacto por México (PPM) se antoja superficial, filtrado por el interés electoral (tu temor de que le vaya bien al PRI) antes que por una reflexión serena en torno a sus alcances y limitaciones, e incluso lo más atractivo de tu argumentación sigue dependiendo de hacer pasar discusiones ideológicas por discusiones de política pública, y en resucitar el añejo y desacreditado anti-priísmo, invocando para asustar a los incautos al fantasma de una putativa “restauración autoritaria”, idea que ignora los cambios estructurales que han ocurrido en las últimas tres décadas, y que además supone que los ciudadanos mexicanos somos menores de edad políticos.

Veamos. Tu tesis y reclamo principal, tal como lo has expuesto en diversos foros, es que el Pacto constituye un poder meta-constitucional que usurpa las funciones propias del Congreso, tornándolo irrelevante y generando un vacío de representación y un déficit de legitimidad democráticas. Como hipótesis subsidiaria, dices que el Pacto inhibe la discusión pública de la agenda modernizadora que encabeza el presidente Peña Nieto, y, en este mismo tenor, vas más allá sugiriendo que el PPM es responsable por la falta de diálogo entre la dirigencia y la militancia que existe al interior de tu partido. Ya pasaremos a esto más adelante.

Aseguras además que esta iniciativa nació bajo la premisa errónea de que “la pluralidad política ha impedido las reformas”, y en consecuencia deseas presentar al Pacto como un instrumento de naturaleza autoritaria. Para sustentar esto (la premisa en cuestión es falsa, y la lectura cuidadosa del texto y de la historia de su génesis te disipará algunas dudas a este respecto) citas recurrentemente un reciente artículo de la Dr. Maria Amparo Casar en el que se muestra que tanto las legislaturas con mayoría del partido gobernante como las de gobiernos divididos han producido reformas constitucionales. Ante esto, cabe decir, primero, que el Pacto no es un mecanismo ni exclusiva ni primordialmente destinado a reformar la Constitución. En segundo lugar, quizá suspendiste la lectura del texto en el párrafo 26, porque a partir del 27 la autora hace el importante matiz de que el criterio cuantitativo para evaluar las reformas debe ser complementado por un análisis de orden cualitativo, mismo que revela dos limitantes históricas al impacto de las reformas: la falta de leyes reglamentarias, y la falta de asignación de recursos. Y en esto, precisamente, el Pacto sí puede hacer una diferencia, puesto que se trata de un compromiso público en el que los integrantes adquieren una co-responsabilidad ante la opinión, que, con todas sus limitantes, es mucho más escrutable y digerible para el ciudadano que las alianzas temporales y de coyuntura que sin el Pacto se forman de cualquier manera en el Congreso.

Pese a todo ⎯sentencias de manera ya más prescriptiva que analítica⎯, participar en el Pacto es sinónimo de convertirse en cómplice de esa quimérica “restauración autoritaria” que, coincidentemente, se pone en boga cada vez que los ciudadanos refrendan su confianza en el PRI. En cambio, propones de manera vaga una alianza legislativa entre el PAN y el PRD para sacar adelante una agenda conjunta, sobre cuyo fuste programático obvias abundar, y que en realidad pareciera un frente destinado a entorpecer los esfuerzos que el gobierno federal realiza para generar consensos con la oposición. Curiosamente, el mismo texto de la profesora Casar que tanto te sirve para denostar al Pacto evidencia con datos duros que no han habido coaliciones exitosas de las que el PRI no sea parte (gráfico 2), de manera que tu propuesta de alianza antipriísta significaría ni más ni menos que prescribir la única combinación que de manera efectiva postraría y tornaría irrelevante al Congreso, institución que, minutos antes, ensalzabas como bastión irrenunciable de los acuerdos y el diálogo.

Lo más llamativo de tu argumentación, sin embargo, es que de manera explícita descartas que la agenda del PPM así como los posibles beneficios que pudiera representar para el país y los mexicanos sean tema relevante de discusión. Sorprendentemente, ni uno solo de los 95 compromisos del Pacto mereció una reflexión de tu parte ⎯ni siquiera los que incluyen temas importantes para la izquierda. Ese es tema cerrado, porque el Pacto es inherentemente indeseable, aseveras, y poco después se revela, casi como silogismo, la motivación de esta intensa malquerencia: si el Pacto funciona es posible que le vaya bien a México, y si esto pasa, existe la probabilidad de que una parte importante de los ciudadanos decida refrendarle al partido en el poder la confianza que le otorgó el 1 de julio del 2012. En esto acaba pues tu argumento: en un comercial a favor de Marcelo Ebrard (uno simpático, debo confesar), y en un temor profundo y disimulado con poca sprezzatura de que el PRI mantenga, en virtud de resultados de gobierno, el favor popular que le dio la presidencia y lo mantiene como primera fuerza legislativa y territorial, para horror de las tribus.

Lo cierto es que ver en el Pacto un poder meta-constitucional resulta equívoco. El Pacto es un instrumento que coadyuva, sin reemplazar ninguna instancia, a la formación de acuerdos entre el ejecutivo y las fuerzas políticas representadas en el Congreso. Con o sin Pacto ambos poderes tienen necesariamente que acordar agendas conjuntas, lo cual es no sólo una práctica legítima en democracia, sino indispensable para atender los problemas que enfrenta cualquier sociedad. Pero lo que nunca mencionas es que quienes integran el Pacto son actores que sí cuentan con representatividad, puesto que tanto el presidente como los legisladores que suscriben este mecanismo son funcionarios que representan una pluralidad ideológica y programática, mismos que fueron electos el 1 de julio por 50,323,153 ciudadanos mexicanos. Querer darle la vuelta a esta realidad pretendiendo que la mexicana es una democracia directa (como opuesto a representativa) es engañoso, y si juzgáramos el trabajo del Congreso por ese rasero roussoniano que quieres para el Pacto, ninguna ley aprobada podría considerarse democrática (empezando por las emanadas de la muy holgada Asamblea Legislativa del DF en tiempos de tu candidato Marcelo Ebrard).

Existe un rico debate de orden académico y práctico sobre si un representante popular, una vez electo, debe limitarse a cumplir con la voluntad mayoritaria de sus electores, o bien es su responsabilidad tomar decisiones pensando en el beneficio colectivo y de largo plazo, aún si se contraponen al sentir de su base (un texto clásico y provocador sobre este particular es el “Discurso a los Electores de Bristol”, de Burke). Pero con independencia a cuál posición favorezcas, es indudable que quienes integran el Pacto son funcionarios genuinamente representativos. De la mano de esto, cabe comentar que no ofreces ningún elemento para sostener la idea de que la adhesión al Pacto implica una renuncia de los partidos a debatir públicamente, y la contradicción que sugieres entre el PPM y el Congreso es presunta, tanto así que ni todos los partidos participan, ni todos los legisladores de los que sí apoyan las medidas del Pacto, e incluso quienes sí lo hacen, pueden siempre hacerlo con reservas y hacer tantos matices como deseen (ya sean reales o artificiales y destinados al consumo mediático). Para poner sólo un ejemplo reciente de cómo el Pacto no debilita la labor legislativa , habría que ver la intensidad con la que se ha discutido la reforma a las telecomunicaciones.

Más importante, tu argumento supone implícitamente que en ausencia del Pacto los partidos someterían sus decisiones a la consulta y aprobación de sus electores, lo cual es evidentemente falso. ¿Qué diferencia sustantiva habría, por ejemplo, con la forma como la Junta de Coordinación Política ha negociado y pactado históricamente ⎯izquierdas incluídas⎯ y los mecanismos de consenso previstos por el Pacto? ¿Cómo es más representativo el reparto de Comisiones que el de responsabilidades en el marco del PPM? En todo caso, y por el nivel de publicidad que recibe, el Pacto es mucho más público, y en esa medida más auditable, que cualquier mecanismo anterior.

En el mismo sentido, ¿cómo tu propuesta de una alianza legislativa anti-PRI del PRD-PAN, que implica antagonizar por consigna a un partido que representa el 41.4% en la Cámara de diputados y 40.6% en el Senado en beneficio de una alianza sin agenda programática conjunta que representa 43% y 46.9% respectivamente, es más cercana a la voluntad popular e incluyente del sentir ciudadano que el Pacto, que contrario a excluir suma a un conjunto plural de fuerzas políticas que representan al 91% (Diputados) y 94.5% (Senado) del mandato popular?

No menos intrigante resulta la aseveración de que el Pacto impide la discusión y critica pública de su agenda. A este respecto, es muy significativa la forma en la que inicias tu intervención en Sin Filtro: “Ocupo este espacio [es decir, Televisa] porque en mi partido [el PRD] no se ha discutido el Pacto por México”.

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Si en el PRD la dirigencia no escucha a la militancia, es tarea de sus miembros trabajar para crear mecanismos que permitan la deliberación y el acuerdo entre corrientes de pensamiento diferentes (una experiencia muy provechosa de la que se puede aprender mucho es la XXI Asamblea del PRI). Pero allende de los problemas domésticos del perredismo, tan sujeto a escrutinio y crítica está el Pacto, tan públicos son sus trabajos y resultados, que tú has utilizado de forma libre diversos medios de alcance nacional para hacer precisamente eso. La última vez, fue nada menos Televisa quien te brindó un foro, empresa que en la mitología de la izquierda sería el equivalente de Harpócrates, dios del silencio.

Yo te invitaría a que hicieras el experimento de dedicar un día completo a acopiar y revisar las notas periodísticas, los comentarios en radio y televisión, e incluso las caricaturas que se hacen, diariamente, a favor y en contra del PPM. Suma a ello una búsqueda en Google y encontrarás aún más información y crítica de todos los símbolos ideológicos. Finalmente, añade la discusión que se da en redes sociales. ¿Encontraste evidencia (empírica, si no es mucho inconveniente) de que haya algo inherente al Pacto que impida su libre discusión?

Distingamos pues dos cosas bien diferentes. La primera es que no haya discusión en torno al PPM, lo cual es falso. La segunda es que en la discusión existente, la tendencia dominante sea en favor al Pacto. Esto último pudiera o no ser cierto, pero en cualquier caso no es sinónimo de que la discusión no exista, sino que refleja nuevamente tu preocupación subjetiva y partisana de que el éxito del Pacto pudiera repercutir favorablemente en el PRI. Para tu tranquilidad, no obstante, la realidad es más compleja que ello, y aunque quizá te sorprenda, los ciudadanos ⎯partidistas y no partidistas⎯ parecen ser más sofisticados y críticos de lo que les concedes. Revisa por ejemplo la reciente encuesta comparativa diciembre-marzo sobre el PPM que hace Parametría, donde se muestra claramente que las opiniones en torno al Pacto son dinámicas, no estáticas, e incluso han mostrado una tendencia a la baja en sus positivos. ¡Y qué bueno que así sea!, porque así los actores que integran el Pacto, y el gobierno federal en primer lugar, sabiéndose escrutados tienen incentivos para continuar trabajando, comunicar mejor los resultados, transparentar sus acciones, e incorporar las demandas que hoy pudieran faltar en el acuerdo.

Más preocupante resulta que infundas el temor de que el Pacto acarreará una “restauración autoritaria”, pues al así hacerlo desconoces los cambios profundos que este país ha vivido en las ultimas tres décadas ⎯muchos de los cuales, por cierto, son el resultado de la lucha tenaz realizada por mujeres y hombres de las izquierdas⎯ y subestimas de forma injusta a una ciudadanía vigorosa que, entre otras cosas, no ha dotado desde hace mucho tiempo a una única fuerza política con mayorías, y diversifica su voto de forma cada vez más sofisticada (las razones por las cuales el regreso del PRI no sería un Apocalipsis, como quiso vender la oposición, es un tema que he abordado en otro texto).

Por ultimo, y una vez más evidenciando que tu oposición al Pacto se funda en una preocupación electoral más que en un balance programático, dices que el PPM impide que el PRD y actores concretos dentro de este partido se diferencien (i.e. presuman su agenda, en búsqueda de votos) y quita a los ciudadanos las herramientas para premiar o castigar a un partido con base en su desempeño político. Si esto es cierto, querido Pablo, significaría que toda la agenda del PRD se agota en la del Pacto, y que ese instituto político carece de capacidad para diseñar e impulsar iniciativas de motu propio, en cuyo caso quizá tu instinto inicial de abandonar el partido esté justificado, y bien harías en buscar un instituto político con miras más amplias (las puertas del PRI siempre estarán abiertas para talentos como tú). La verdad, sin embargo, es que acusar al Pacto de que en el PRD ⎯o en cualquier otro partido⎯ haya poca capacidad para impulsar una agenda autónoma, o que sus liderazgos sean grises y distantes a la ciudadanía, es evadir la responsabilidad propia.

Se le atribuye a James Freeman la frase, “un político piensa en la siguiente elección, mientras que un estadista piensa en la siguiente generación”. Como un ejercicio hipotético, te pediría que concedas por un momento que el mecanismo del Pacto resultará en avances para este país, y en beneficios para los mexicanos (asumo que todos deseamos que al país le vaya bien, amén de colores partidistas). Siendo ese el escenario, ¿insistirías en sacrificar este resultado bajo el argumento de que beneficia a un partido contrario al tuyo?

Finalmente, tovarich, parece que las ideas que has ofrecido en contra del Pacto en general, y oponiéndote a la adhesión de tu partido, en particular, resultarán muy atractivas para el segmento de personas que de antemano ya comparten esa opinión y que buscan más bien iteraciones misceláneas que corroboren posiciones preconcebidas. No obstante, para convencer a segmentos que son favorables al PPM, o aquellos que no tienen una opinión definida, será necesario una argumentación de mayor densidad, sobre todo, una que aporte evidencia empírica para respaldar lo que hasta hoy son suposiciones. Esto es de particular importancia para ti, que por tu talento e inteligencia, estás ya y seguramente continuarás en una posición donde puedas servirle a México y a los mexicanos. Yo deseo que así sea. Eres, querido Pablo, una mente lucida dentro de las izquierdas nacionales, tan necesitadas de argumentos sólidos.

Espero que haya más ocasiones para continuar en las trincheras del debate de las ideas. Te mando un abrazo afectuoso.